martes, 16 de septiembre de 2014

La piscina abandonada

Con una buena dosis de ilusión, he iniciado formalmente la temporada de dibujo en la sierra de Guadarrama. El punto de reunión ha sido la estación de Camorritos, cercana a Cercedilla. Esta vez somos un grupo bastante numeroso, de hasta diez personas, pero subimos con rapidez por la empinada senda hasta la pradera de Navarrulaque. Allí nos separamos y me pongo a buscar escenas para mi caza de dibujos, mientras el resto del grupo se dirige a pintar las marcas hacia el puerto de la Fuenfría, por la antigua carretera republicana.

Esta época del año, desde finales de verano hasta mediados de otoño, es una temporada deliciosa en la sierra. El calor ha desaparecido, la lluvia es muy esporádica y una suave brisa imprime una agradable sensación de calma y bienestar. He dejado varias veces mi silla de caza para estirar un poco los músculos, y me he comido mi pequeño picnic. He podido terminar tres dibujos: uno de la llamada 'puerta de la Fuenfría'; otro del monumento al caminante, frente a la silueta de Siete Picos; y un tercero frente al puerto de la Fuenfría.

A las tres y media, sigo sin tener noticias del grupo y decido iniciar el viaje de regreso. No puedo hablar con ellos, porque los móviles no funcionan por aquí, pero les dejaré un mensaje en su furgoneta y ya veremos si nos da tiempo a tomar un café en Manzanares. Al bajar de nuevo a las fincas de Camorritos, me atrae la vista de un gran chalet, revestido en madera, posiblemente deshabitado. El entorno que me recuerda algunos paisajes de los bosques californianos. En el primer plano, veo una piscina inundada totalmente de arbustos que han prendido en su suelo de forma natural. Me sugiere la imagen del ocaso de una ilusión humana y de la inexorable capacidad de la naturaleza para hacer volver todo a sus orígenes. En el lugar reina el silencio.