jueves, 29 de octubre de 2015

Sepúlveda y las Hoces del Duratón

Hoy he vuelto a ponerme en camino muy temprano, tras dejar a Víctor en la estación de cercanías, a las siete en punto. El amanecer viene nublado y la primera parte de la ruta es lenta y anodina. Al pasar por Somosierra me sorprende una fina lluvia que espero levante a lo largo del día. Mi primer destino es en el pueblo de Duratón, el que da nombre al río. Allí paro a ver el exterior de una iglesia románica del siglo XIII. Un par de campesinos madrugadores pasan a mi lado, y me miran entre curiosos y extrañados, mientras hago un apunte desde el interior del coche.


Desde allí me voy a Sepúlveda, en el borde del parque de las Hoces del Duratón. Paseo por las cuestas de sus calles, húmedas y solitarias, hasta el santuario y mirador de la Virgen de la Peña. Después paso unos minutos por la iglesia antigua de Santiago, donde han instalado recientemente la casa del parque. Hago algunas pesquisas y me llevo un plano. Es hora de reunirse con el resto del grupo.

Las neblinas no nos abandonan hasta mediodía, y le primera impresión de las Hoces y la ermita de San Frutos es muy misteriosa y medieval. Nos sentamos a hacer un primer apunte, resguardados del agua en una covacha justo frente a la ermita. Al desaparecer la lluvia, los buitres se atreven a sobrevolar sobre las hoces frente a nosotros, acabando con vuelos rasantes sobre nuestras cabezas.

Después de tomar un pequeño tentempié, nos hemos trasladado al cruce de las sendas, en el puente del Villar. Nos adentramos un par de miles de metros por la Molinilla, a la vera de chopos gigantescos. Hemos explorado una enorme oquedad que llaman 'la cueva del cura' y nos hemos sentado a hacer otro apunte a la orilla del río. Por encima de nuestras cabezas, más allá de las altísimas copas de los árboles, oímos los ruidos y aleteos de los buitres.

Al terminar el apunte tomamos caminos diferentes, ellos volverán a Madrid por Pedraza, y yo por Sepúlveda, de nuevo. Allí paro unos minutos a hacer un último apunte en solitario (arriba), desde el lugar que llaman mirador de Ignacio Zuloaga. Sepúlveda está en un enclave precioso, justo al inicio de la senda larga por la orilla del río, y merece la pena volver por aquí más a menudo.

jueves, 22 de octubre de 2015

Una mañana en el Botánico

Tal día como hoy, falleció mi padre, hace ya muchos años. Murió cuando yo solo tenía doce años, y apenas le había visto en muy contadas ocasiones durante los últimos ocho años de su vida, que la pasó aislado de la familia, internado en dos hospitales de la sierra de Guadarrama, con la esperanza de que el aire serrano pudiese aliviar su enfermedad. ¡Descanse en paz!
Esta mañana hemos ido a dibujar al Jardín Botánico, en el Paseo del Prado. A primera hora noto la desazón de un poco de fresco y las sombras cubren toda la escena sin dejar espacio a la imaginación, pero a medida que el sol va ascendiendo por su arco, el jardín va recobrando volúmenes y vida.


Ale parece ser bastante aficionada a las plantas y nos recita los nombres de algunos árboles y arbustos. Así paseamos un buen rato por todos los senderos y paseos del jardín, entre fuentecillas diminutas y estatuas de ilustres botánicos, tomando fotografías, recogiendo algunas hojas, y deteniéndonos ante cualquier minúsculo detalle. Después de fisgar en el invernadero, y digerir una curiosa exposición sobre vinos en el pabellón central, subimos al jardín de bonsáis donde nos sorprendió un hayedo bonsai. Satisfechos del paseo, nos sentamos en el borde de una fuente a hacer un apunte del jardín (arriba), para captar la explosión de luces y color.








jueves, 15 de octubre de 2015

Riaza y el hayedo de la Tejera Negra

Segovia es una de las que ofrece más impresionantes bellezas entre las que rodean a Madrid. Nuestra salida otoñal de los jueves nos ha conducido hoy hasta Riaza, en la sierra norte segoviana, cerca de los límites con Madrid y Guadalajara. Aunque es un pueblo bastante activo, la población desciende notablemente fuera de la época estival, como en la mayoría de los núcleos rurales. Me he quitado el frío del alba con un café bien caliente, y después me he sentado a hacer un apunte en un banco de la plaza mayor, que es realmente la arena de un coso taurino, frente al ayuntamiento, a una hilera de casas riazanas y a la iglesia de Nuestra Señora del Manto, del XV.


A las once salimos hacia nuestro principal destino del día: el hayedo de la Tejera Negra, en la vecina Guadalajara. Es un día soleado y el camino nos reserva muchas sorpresas a cada paso, por contraluces de álamos y chopos en plena explosión otoñal, y por el contraste salvaje de las construcciones de arcilla y el azul del cielo. El grueso del día hemos estado caminando por la senda de las carretas del hayedo. Al llegar al mirador, nos hemos detenido a tomar un refrigerio y hacer un apunte de los hayedos naranjas y los selvares rojos sobre fondo azul, en el silencio de la cumbre. El camino de regreso a través del bosque nos entretiene de nuevo, porque hasta los siempre verdes pinos tienen luces y sombras que ofrecer. Después de un café en Ayllón, nos hemos despedido hasta otro jueves.



jueves, 1 de octubre de 2015

Un magnífico día de dibujo, en Maderuelo

Este jueves hemos iniciado la segunda temporada de dibujos otoñales, conocida en nuestro grupo como ‘la caza del octubre rojo’. Nuestro primer destino ha sido Maderuelo, una pequeña villa monumental segoviana, atrapada entre su muralla medieval, el río Riaza, ahora pantano de Linares, y los aires de la meseta norte castellana, inalterados desde siglos pasados. Quizás en su origen fue solo un castillo, luego reconvertido en pueblo. Una amable vecina nos dice que una vez hubo hasta nueve iglesias, supongo que sería contando las ermitas, porque a mí me parece mucha iglesia para tan poca población. 


El pueblo estaba casi desierto esta mañana, y nos hemos movido a nuestro antojo, de un lado a otro de la muralla, desde la puerta de acceso, hasta la explanada de los restos del castillo. He terminado cuatro dibujos en esta jornada, silueteados con rotulador marrón de punta fina, y compartiendo las sombras entre naranjas, ocres, rojos y azul ultramar, de ceras acuarelables aplicadas a pincel. Arriba,  una panorámica de la plaza de la imponente iglesia de Santa María del Castillo. Abajo, una vista del pueblo desde la ermita de la Vera Cruz. De esta ermita proceden unos frescos religiosos del siglo XII que se trasladaron en 1948 al Museo del Prado.


Si el día ha sido bueno, el regreso a Madrid me ha parecido espectacular. Al contraluz del atardecer, el asfalto brilla y los campos en barbecho parecen alfombras doradas y albinas, contrastando con franjas oscuras en las tierras descarnadas y rayadas por el arado. Atravieso pequeñas aldeas, de cuyas solitarias iglesias se escapan a los campos las imponentes huellas de sus torres. La naturaleza está brindando con sus mejores galas antes de la puesta de sol, y la luz acaricia las arboledas cuyas hojas están empezando a cambiar de color. En el horizonte, las siluetas azuladas o moradas de las montañas del sistema central y del paso de Somosierra. Una imagen épica para un magnífico día de otoño.