sábado, 26 de julio de 2014

Los barcos están varados en la ría del Nervión

No recuerdo con precisión, pero es probable que no haya paseado por Bilbao en los últimos veinticinco años, o más. Mis visitas siempre fueron breves, concretas y esporádicas. Hacia ya tiempo que había transcurrido 'la transición democrática', pero el lugar permanecía inhóspito. Eran los tiempos en los que los despojos industriales de la ribera daban a la ciudad un aspecto lúgubre, abandonado y desolador. Los tiempos de las mediocres carreteras atestadas de un tráfico arriesgado e infernal. Los tiempos en los que se hacía el silencio cuando entrabas en una taberna y la tensión se podía masticar bajo un cielo plomizo y un sucio chirimiri.


El tiempo no ha pasado en balde por Bilbao, como en el resto del país. Las obsoletas y desgarradoras estructuras industriales se han transformado en modernos complejos arquitectónicos, que me recuerdan barcos fantásticos varados a lo largo de la ría, desde el Mercado de la Ribera al Palacio Euskalduna, bajo la atenta vigilancia de la torre elegante y cristalina de Iberdrola. Es nuestra última mañana de viaje y hemos salido a dar un paseo por los jardines Abandoibarra antes de iniciar el regreso. Busqué un lugar encima del puente dedicado a Pedro Arrupe, frente a la espectacular silueta del buque insignia del Guggenheim, y me puse a dibujar. Una suave música de fondo llega hasta mis oídos desde el propio museo. El cielo está gris, pero hay síntomas de que mejorará a lo largo de la mañana. Bajo el puente pasa en estos momentos un pequeño barco con turistas.

viernes, 25 de julio de 2014

A la llamada de la campana de San Juan

La imagen del peñón situado en la península de Gaztlugatze, en la localidad vizcaína de Bermeo, resulta dramáticamente espectacular al atardecer. Su silueta queda recortada por el contraluz del sol, ocultando sus abruptas laderas y dejando filtrar dos pequeños torrentes de luz por un par de arcos naturales en sus acantilados del extremo oriental.

El acceso a la cima del peñón no es menos espectacular, porque hay que recorrer unos dos mil quinientos metros por un estrecho camino, que desciende por la ladera de la costa hasta el puente de piedra que une la península a tierra firme y asciende por doscientos cuarenta y un escalones de un penitente viacrucis hasta la ermita y el refugio. Dice la tradición que hay que tocar tres veces la campaña al llegar a la ermita, para pedir buenos deseos y para alejar a los malos espíritus.

La ermita de Gaztelugatze está dedicada a San Juan desde el remoto siglo X, según parece que consta en un documento de donación de don Iñigo López, señor de Vizcaya por aquellos tiempos. En estos últimos mil años, el lugar ha debido ser testigo de un buen número de historias y sucesos, de realidades e invenciones, de devastaciones y reconstrucciones. Dicen también que la devoción de los marineros a esta ermita es tan alta, que a menudo hacen virajes en su honor cuando salen de puerto, con la esperanza de disfrutar de buenas faenas de pesca o de buenas travesías.

Muchos deben ser los peregrinos que han subido esta tarde, porque la campana no ha dejado de tañer a lo largo de todo nuestro camino de ida y vuelta, como una llamada protectora en medio la niebla.

El mensaje de Ibarrola, en los pinos de Oma

El día amaneció gris después de una noche de lluvia, pero a última hora de la mañana pudimos retomar el plan previsto. Nos dirigimos a nuestro primer punto de parada dentro de la reserva natural de Urdaibai. Vamos a visitar el bosque animado de Oma, una obra al aire libre creada por el artista vasco Agustín Ibarrola a mediados de los ochenta. Debemos dejar el coche en el aparcamiento del merendero Lezika y hay que continuar a pie, unos cincuenta minutos a buen paso. El camino es empinado en muchos trechos, pero se agradece la sombra en una tarde soleada como la de hoy. Por fin llegamos al paraje animado, en el que podemos aflojar la marcha y disfrutar de hasta cuarenta y siete puntos de observación diferentes. Desde cada uno de ellos pueden contemplarse composiciones artísticas bien distintas en varios niveles de profundidad, ya sean coloridas e impactantes figuras geométricas, esbozos de enigmáticas siluetas humanas escapando entre los árboles, algunos animales, o múltiples ojos escrutadores y vigilantes.


Las pinturas han sido restauradas casi en su totalidad, y probablemente han recobrado al menos buena parte de su esplendor original. Arriba, a la izquierda, un par de árboles con estratos de color que representan una fractura en algunas capas iniciales (blanco y verde). Los estratos vuelven a coincidir hacia el centro, donde la tensión aumenta del amarillo al rojo, quizás de sangre. Al final, los estratos vuelven a ser similares, pero los árboles se van separando en su camino hacia el cielo. Arriba, a la derecha, los árboles nos observan con sus ojos vigilantes en todas direcciones, desde posiciones y escenarios bien distintos.
Nunca conocí a Ibarrola, pero supongo que es inevitable que nos haya dejado mensajes que fueron muy sensibles en la época en la que estuvo viviendo por estos lugares. Quizás hoy en día el autor no hubiese debido abandonar el País Vasco, pero ahí queda su mensaje en las cortezas de los árboles. ¿Hasta cuando?: hasta que la naturaleza y el gobierno vasco quieran... Regresamos a Lezika por el magnífico camino del valle, que atraviesa el diminuto lugar de Oma, donde en tiempos vivió Ibarrola. En nuestro caminar hemos dejado atrás un puñado de caseríos: cuidados, silenciosos y aislados. ¿Quienes serán sus dueños?...

martes, 22 de julio de 2014

Usategieta, en un rincón de Oyarzun

Pasamos dos noches en el encantador hotel rural de Usategieta, ubicado en un antiguo caserío, en medio de una enorme finca, en Oyarzun, a medio camino entre Fuenterrabía y San Sebastián. El camino de acceso al hotel es bien angosto, con el ancho justo para un solo coche, contribuyendo a generar adrenalina y facilitar una puesta en escena espectacular. Llegamos a primera hora de la tarde, cuando el sol ya se desliza en caída libre por entre la nubes y la húmeda hierba de sus praderas brilla como el oro. Cerca de la casa hay unos exuberantes tallos de hortensias de color rosa pálido, realmente son unas matas monumentales. Ha llovido hasta hace bien poco y el agua puede recogerse simplemente pasando suavemente la mano por encima de las plantas. Una solitaria pareja de huéspedes juega al badminton en medio de la pradera, junto a una pequeña plantación de árboles frutales. El hotel y su entorno es silencioso, ayudando a crear una sensación muy apacible. Los montes que nos rodean se difuminan detrás de caprichosas nubes bajas que se crean y desaparecen con visible rapidez.


La recepcionista que nos atiende es amable y atenta, siempre interesada por saber si todo está en orden y por ofrecernos su ayuda para que podamos disfrutar de nuestras visitas en Guipuzcoa. Han bautizado las habitaciones con nombres de montes de la tierra. Nos alojamos en la número seis: 'Aritzulegi'. La cena se sirve desde bien temprano, desde las ocho y media, excepto los lunes. El postre de yogur con helado de fresa fue sencillamente delicioso.

domingo, 20 de julio de 2014

La portada de San Román de Cirauqui

De improviso, Matilde y yo hemos decidido tomar unas necesarias vacaciones y subir hacia el norte. Ninguno de los dos conocía San Sebastián, ni el nuevo Bilbao del Guggenheim, ni hemos dedicado nunca nuestro tiempo de viajes a recorrer el País Vasco. Ahora, con la situación aparentemente más normalizada, nos ha parecido un buen destino. Además, podríamos pasar por Pamplona a visitar de nuevo a nuestro amigos, Alfonso y Carmen. Conocí a Alfonso y a Carmen, su mujer, allá por 1978, cuando ambos coincidimos trabajando temporalmente en San José de Costa Rica. De eso hace ya muchísimo tiempo, pero aunque nos hemos visto en contadas ocasiones, las buenas amistades siempre permanecen. La última vez que les habíamos visto fue hace unos diez años, cuando subimos a Pamplona con Víctor y tuvimos la oportunidad de visitar su entrañable y especial casa de Cirauqui, esa que habían ido reconstruyendo con sus propias manos y mucho esfuerzo, a partir de la cochiquera de una solariega casa familiar.


Matilde me ha animado a hacerles uno de esos dibujos a plumilla, que a mi tanto me gustan. Me ha parecido una idea estupenda. Después de revisar un montón de fotografías de nuestra estancia en Costa Rica, de mis dos escapadas a San Fermín a principios de los ochenta, o de nuestro último viaje con Víctor, nada de eso me ha parecido suficientemente interesante. Finalmente, he decidido hacer un dibujo sobre la portada de San Román de Cirauqui, iglesia que visitamos solo durante unos pocos minutos en nuestra estancia anterior. La iglesia es una sólida construcción, de apariencia casi militar, edificada hacia 1200, que sufrió numerosas ampliaciones y reformas en los siglos XVI y XVII. Afortunadamente, a través de todas ellas parece haberse conservado intacta su monumental portada románica de la fachada sur, formada por un gran arco apuntado que se abocina con una impresionante secuencia de ocho arquivoltas decoradas. El arco interior está festoneado por once anillos de herradura de influjo musulmán. En el dibujo he buscado aislar la portada del resto del edificio, excepto los accesos al recinto exterior, para dar profundidad al conjunto. La puerta abierta en la portada ayuda a dar una impresión de profundidad al espectador.

sábado, 12 de julio de 2014

A la sombra, en los Jardines del Campo del Moro

Hoy nos hemos congregado cerca de cuarenta dibujantes en los jardines del Campo del Moro, con motivo de la 44º Worldwide Sketchcrawl, un evento trimestral que se celebra simultáneamente en muchas ciudades del mundo, uniendo las aficiones de miles de dibujantes. Habíamos elegido este lugar porque el calor va batiendo Madrid en estos días de verano y un frondoso jardín es una garantía para disfrutar de sombras agradables y múltiples rincones para dibujar. Los jardines, tal y como les conocemos, datan del siglo XIX y se dice que su nombre proviene de un caudillo musulmán, Alí Ben Yusuf, que acampó sus tropas por estos parajes, en el cortado entre el río y el antiguo alcázar, cuando a la muerte del rey Alfonso VI, en 1109, intentó reconquistar la plaza de Madrid de manos de los cristianos.


Quizás me falle la memoria, pero no recuerdo haber cruzado nunca la puerta de acceso a este parque, hasta el día de hoy. ¿Por qué? No sabría explicarlo. Quizás porque estuvo cerrado al público muchos años. Quizás porque desde detrás de la verja puede apreciarse perfectamente el paseo adornado con fuentes que atraviesa el parque desde su entrada, en el valle del río Manzanares, hasta la fachada del palacio. Quizás porque estos jardines siempre me habían parecido una mancha agradable en el paisaje, pero a la vez un lugar solitario, privado e inaccesible...
Afortunadamente, hoy he podido disfrutar enormemente de este desconocido entorno madrileño. Un lugar poco concurrido y sorprendentemente silencioso. Arriba, los bocetos de un par de construcciones decorativas del siglo XIX: el Chalet de Corcho (izquierda) y la Casita de la Reina (derecha), de estilo tirolés. En sus inmediaciones se mueven confiados algunos pavos reales en plena libertad y uno de ellos se ha acercado a mi lado mientras dibujaba.

jueves, 10 de julio de 2014

Hasta el Collado Miradero, en la Pedriza

Ayer subí por primera vez al Collado Miradero, en la Pedriza. Era el punto donde mis amigos de la Federación de Montaña tenían previsto iniciar sus trabajos de marcación de un sendero transversal. Pasadas las nueve de la mañana, iniciamos la ascensión por el sendero PR-M2 desde el aparcamiento de Canto Cochino. Su plan era llegar al collado en dos horas, pero al cumplirse la primera hora de camino les comuniqué que no podía seguir su ritmo y sería mejor que siguieran sin mi. En los últimos dos meses no he pasado por el gimnasio a causa de unas molestias musculares y, aunque ya han desaparecido, tengo una evidente falta de forma. Además, al fin y al cabo, ellos tenían una misión diferente a la mía para el día... Descansé un cuarto de hora, que aproveché para tomar algo de alimento y bebida antes de ponerme de nuevo en marcha, ya sólo.  Seguir las marcas del camino es un experiencia, que aunque ralentiza la marcha, da confianza en la soledad de un camino desconocido. Afortunadamente, el sendero transcurre la mayoría del tiempo entre la sombra de los pinos. Así las cosas, llegué a la cumbre cerca de las doce. Pensaba encontrar el rastro de mis amigos, pero se había perdido por completo y, de hecho, como no hay cobertura de móviles, no volví a saber de ellos hasta que nos encontramos de nuevo a las siete de la tarde, de vuelta al punto de partida.


Desde el collado se aprecia un paisaje realmente espectacular mirando hacia el fondo del valle. Los canchales de la Pedriza dominan las cumbres, coronadas por un circo de picos con caprichosas fracturas, y mágicas formaciones graníticas emergiendo por todas partes. Busqué una sombra y me senté a hacer mi primer dibujo ante las impresionantes moles de las Torres (arriba a la izquierda). Sentí frío y me puse un chubasquero encima. Volví a comer. Me pareció oír voces al otro lado del collado y silbé para hacerme notar. No hubo respuesta, y me acerqué en la dirección de los rumores, pero no vi a nadie. Regresé a la vista del valle y prepare un segundo boceto (no incluido aquí). En ese momento decidí que lo mejor era iniciar el camino de regreso, para tener tiempo suficiente para dibujar en el camino de vuelta (a la derecha) y resolver cualquier problema que me plantease la bajada. Eran las tres. Les dejé un mensaje escrito en una pequeña piedra junto a la primera marca del sendero y me puse en marcha. Se me ocurrió que sería curioso ir contando las marcas del sendero, algo que me ayudó mucho a mantener la concentración, y me dio tiempo a contar hasta doscientas veinte marcas antes de llegar de nuevo a los coches a eso de las cinco y media. Después, esperé el regreso de mis amigos retocando los dibujos en el merendero del aparcamiento y, hacia las siete, nos tomamos juntos una cerveza, mientras compartí con ellos los dibujos del día.