A las nueve de la mañana ya estaba en Cotos. Mi intención era llegar antes que el grupo y poder dibujar la vecina estación de cercanías, una clásica y olvidada estación terminal de trenes de vía estrecha, que suben nostálgicos desde Cercedilla. Mientras dibujaba, se ha acercado a mi lado un joven pastor alemán, con ademanes amistosos. Ha estado provocandome un buen rato para que jugase con él. Primero me trajo una rama grande, que dejó a mis pies, una y otra vez, ante mi indiferencia, porque quería terminar el boceto de la estación. Algo decepcionado, el perro se alejó de mi, pero al cabo de un rato volvió con un palito más pequeño entre los dientes, que volvió a dejar caer de nuevo a mis pies, una y otra vez, hasta que empecé a tirárselo y empezamos a jugar. ¿Por qué anoto ésto? Porque nunca me ha gustado jugar con los perros, y siempre les he mostrado un respeto distante. Es otra cosa que hago, por primera vez, a estas alturas.
Hace apenas dos años que subí por primera vez al pico de Peñalara. Hoy he visitado por primera vez su pequeña 'laguna grande'. La senda estaba cubierta de nieve blanda en muchos tramos. El día ha sido espléndido, sin una sola nube, y con un cielo azul intenso delineando el fondo de un granítico paraje adornado de blanco. A pesar de ser día laborable, nos hemos cruzado con un buen número de excursionistas, algunos fanáticos de la montaña, con esquíes y tablas; otros novatos, con zapatillas de paseo. Hemos dibujado en la laguna durante algo más de una hora y regresamos a comer a la Venta Marcelino. Por la tarde bajamos al Paular y regresé a Madrid por la Morcuera.
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