domingo, 13 de octubre de 2013

Cuenca, una parada obligatoria

Anaís había organizado una reunión de dibujantes en Cuenca para este sábado pasado, impresionante ciudad a la que tampoco había vuelto en más de veinte años. He llegado pronto, en un AVE que en cincuenta minutos desde Atocha me ha dejado a ocho kilómetros de Cuenca, en una solitaria estación de moderno diseño, del estilo del boom de las infraestructuras. Después de ser acarreado hasta la parte antigua por un feliz taxista; y de desayunar un chocolate con porras con vistas a la hoz del Júcar, he subido al punto de encuentro en la zona del Castillo.


Ayer 12 de octubre era día de fiesta, día de conmemoración del descubrimiento de América, antigua celebración de la Hispanidad, de la Raza, una de las fiestas nacionales de la España de mi juventud y hoy en día una fiesta venida a menos, aunque todavía conserva aromas solemnes con una breve parada militar en el paseo de la Castellana de Madrid. Aquí, en Cuenca, ha salido a la calle una banda de dulzaineros y tamborileros, que nos han amenizado la mañana con un runrún tradicional castellano, monótono y al final pegadizo. Además de la música, hemos disfrutado del sol mientras dibujábamos a la catedral, bajo la atenta mirada de un jubilado japonés.
Una jornada soberbia, con el mayor agradecimiento a nuestros amigos de Cuenca.

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