Las puertas del Museo Arqueológico Nacional (MAN) han abierto hace algunos meses, después de varios años de obras interminables; que, como suele suceder, nunca acaban gustando a todos. Para mi, la presentación de las historias y objetos han mejorado muy sensiblemente, dentro de que la obra disponible no puede rivalizar con la de otros museos emblemáticos internacionales. En mi primera sesión de dibujo en el museo no he tardado en darme cuenta que la tarea iba a ser compleja, porque no me atrae dibujar objetos aislados y las perspectivas no arquitectónicas son bastante anodinas. Al fin, he encontrado un asiento que me ha permitido acomodarme en medio de un espacio con recuerdos de la Aljafería de Zaragoza, frente a un magnífico friso procedente del Salón Dorado, con restos de policromía del siglo XI.
La primera perspectiva, simple, se ha ido complicando con otras transversales, hasta llegar a organizar un buen cruce de líneas. Objetos, leyendas y detalles se han ido superponiendo en capas, suspendidos del espacio, pero asociados por brillos y reflejos de focos y cristales. La escena es observada desde dentro por tres personajes transparentes, sacados de los numerosos visitantes que se han detenido brevemente delante de mi. Al cabo de un tiempo se ha acercado a mi un celador curioso, que ya había andado rondado alrededor mío. No se si ha podido entender el dibujo de un solo golpe de vista, pero se ha mostrado entusiasmado, porque -según él-, le recordaba a su padre, que siempre estaba dibujando en un cuaderno... Sin duda, el dibujo ayuda a tener la empatía de muchos encuentros ocasionales y curiosos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario