Desde allí me voy a Sepúlveda, en el borde del parque de las Hoces del Duratón. Paseo por las cuestas de sus calles, húmedas y solitarias, hasta el santuario y mirador de la Virgen de la Peña. Después paso unos minutos por la iglesia antigua de Santiago, donde han instalado recientemente la casa del parque. Hago algunas pesquisas y me llevo un plano. Es hora de reunirse con el resto del grupo.
Las neblinas no nos abandonan hasta mediodía, y le primera impresión de las Hoces y la ermita de San Frutos es muy misteriosa y medieval. Nos sentamos a hacer un primer apunte, resguardados del agua en una covacha justo frente a la ermita. Al desaparecer la lluvia, los buitres se atreven a sobrevolar sobre las hoces frente a nosotros, acabando con vuelos rasantes sobre nuestras cabezas.
Después de tomar un pequeño tentempié, nos hemos trasladado al cruce de las sendas, en el puente del Villar. Nos adentramos un par de miles de metros por la Molinilla, a la vera de chopos gigantescos. Hemos explorado una enorme oquedad que llaman 'la cueva del cura' y nos hemos sentado a hacer otro apunte a la orilla del río. Por encima de nuestras cabezas, más allá de las altísimas copas de los árboles, oímos los ruidos y aleteos de los buitres.Al terminar el apunte tomamos caminos diferentes, ellos volverán a Madrid por Pedraza, y yo por Sepúlveda, de nuevo. Allí paro unos minutos a hacer un último apunte en solitario (arriba), desde el lugar que llaman mirador de Ignacio Zuloaga. Sepúlveda está en un enclave precioso, justo al inicio de la senda larga por la orilla del río, y merece la pena volver por aquí más a menudo.

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