martes, 21 de octubre de 2014

En los jardines de la Granja, a la caza del octubre rojo.


El guarda que cuida de la puerta de la imponente verja que rodea los jardines me devolvió el saludo amablemente esta mañana, pero se inquietó cuando supo que venía a pintar y me avisó que necesitaba un permiso. ¿Un permiso?, le dije, 'pero si solo voy a dibujar un dibujo pequeño', mientras rebuscaba en mi mochila para enseñarle mi cuaderno. 'Ah, bueno, si es tan pequeño, no creo que haga falta permiso', me dijo haciendo un gesto de complicidad, y me dejo alejarme tranquilamente.

Estoy dibujando sentado, a la sombra, en la ‘calle larga’, un camino transversal a la subida a los estanques del parque. Me esfuerzo por enfocar mi vista en la estatua al final del camino, en la plaza de las fuentes de las ocho calles, pero no lo consigo. La luz atraviesa las copas de los árboles y se refleja con violencia cegadora en el suelo. El otoño ha empezado con pocas lluvias y temperaturas suaves. Los árboles caducos están confusos, sus hojas amarillas caen de forma constante, pero en algunos de ellos han salido nuevos brotes como si estuviesen esperando a la primavera. La sierra de Guadarrama parece un sutil decorado de terciopelo turquesa suspendido del cielo.

Los jardines de la Granja están muy solitarios esta mañana. Los escasos visitantes apenas se alejan de las inmediaciones del palacio; las fuentes están apagadas, los estanques silenciosos, los bancos vacíos, el aire frío y seco, los pájaros discretos y las moscas embobadas. Pasa junto a mi una pareja en edad de retiro que hablan en inglés con un acento posiblemente australiano, y se alejan por el camino rapidamente. ¿Qué se les habrá perdido por aquí?,... 



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