La imagen del peñón situado en la península de Gaztlugatze, en la localidad vizcaína de Bermeo, resulta dramáticamente espectacular al atardecer. Su silueta queda recortada por el contraluz del sol, ocultando sus abruptas laderas y dejando filtrar dos pequeños torrentes de luz por un par de arcos naturales en sus acantilados del extremo oriental.
El acceso a la cima del peñón no es menos espectacular, porque hay que recorrer unos dos mil quinientos metros por un estrecho camino, que desciende por la ladera de la costa hasta el puente de piedra que une la península a tierra firme y asciende por doscientos cuarenta y un escalones de un penitente viacrucis hasta la ermita y el refugio. Dice la tradición que hay que tocar tres veces la campaña al llegar a la ermita, para pedir buenos deseos y para alejar a los malos espíritus.
La ermita de Gaztelugatze está dedicada a San Juan desde el remoto siglo X, según parece que consta en un documento de donación de don Iñigo López, señor de Vizcaya por aquellos tiempos. En estos últimos mil años, el lugar ha debido ser testigo de un buen número de historias y sucesos, de realidades e invenciones, de devastaciones y reconstrucciones. Dicen también que la devoción de los marineros a esta ermita es tan alta, que a menudo hacen virajes en su honor cuando salen de puerto, con la esperanza de disfrutar de buenas faenas de pesca o de buenas travesías.
Muchos deben ser los peregrinos que han subido esta tarde, porque la campana no ha dejado de tañer a lo largo de todo nuestro camino de ida y vuelta, como una llamada protectora en medio la niebla.
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