jueves, 10 de julio de 2014

Hasta el Collado Miradero, en la Pedriza

Ayer subí por primera vez al Collado Miradero, en la Pedriza. Era el punto donde mis amigos de la Federación de Montaña tenían previsto iniciar sus trabajos de marcación de un sendero transversal. Pasadas las nueve de la mañana, iniciamos la ascensión por el sendero PR-M2 desde el aparcamiento de Canto Cochino. Su plan era llegar al collado en dos horas, pero al cumplirse la primera hora de camino les comuniqué que no podía seguir su ritmo y sería mejor que siguieran sin mi. En los últimos dos meses no he pasado por el gimnasio a causa de unas molestias musculares y, aunque ya han desaparecido, tengo una evidente falta de forma. Además, al fin y al cabo, ellos tenían una misión diferente a la mía para el día... Descansé un cuarto de hora, que aproveché para tomar algo de alimento y bebida antes de ponerme de nuevo en marcha, ya sólo.  Seguir las marcas del camino es un experiencia, que aunque ralentiza la marcha, da confianza en la soledad de un camino desconocido. Afortunadamente, el sendero transcurre la mayoría del tiempo entre la sombra de los pinos. Así las cosas, llegué a la cumbre cerca de las doce. Pensaba encontrar el rastro de mis amigos, pero se había perdido por completo y, de hecho, como no hay cobertura de móviles, no volví a saber de ellos hasta que nos encontramos de nuevo a las siete de la tarde, de vuelta al punto de partida.


Desde el collado se aprecia un paisaje realmente espectacular mirando hacia el fondo del valle. Los canchales de la Pedriza dominan las cumbres, coronadas por un circo de picos con caprichosas fracturas, y mágicas formaciones graníticas emergiendo por todas partes. Busqué una sombra y me senté a hacer mi primer dibujo ante las impresionantes moles de las Torres (arriba a la izquierda). Sentí frío y me puse un chubasquero encima. Volví a comer. Me pareció oír voces al otro lado del collado y silbé para hacerme notar. No hubo respuesta, y me acerqué en la dirección de los rumores, pero no vi a nadie. Regresé a la vista del valle y prepare un segundo boceto (no incluido aquí). En ese momento decidí que lo mejor era iniciar el camino de regreso, para tener tiempo suficiente para dibujar en el camino de vuelta (a la derecha) y resolver cualquier problema que me plantease la bajada. Eran las tres. Les dejé un mensaje escrito en una pequeña piedra junto a la primera marca del sendero y me puse en marcha. Se me ocurrió que sería curioso ir contando las marcas del sendero, algo que me ayudó mucho a mantener la concentración, y me dio tiempo a contar hasta doscientas veinte marcas antes de llegar de nuevo a los coches a eso de las cinco y media. Después, esperé el regreso de mis amigos retocando los dibujos en el merendero del aparcamiento y, hacia las siete, nos tomamos juntos una cerveza, mientras compartí con ellos los dibujos del día.

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