sábado, 26 de julio de 2014

Los barcos están varados en la ría del Nervión

No recuerdo con precisión, pero es probable que no haya paseado por Bilbao en los últimos veinticinco años, o más. Mis visitas siempre fueron breves, concretas y esporádicas. Hacia ya tiempo que había transcurrido 'la transición democrática', pero el lugar permanecía inhóspito. Eran los tiempos en los que los despojos industriales de la ribera daban a la ciudad un aspecto lúgubre, abandonado y desolador. Los tiempos de las mediocres carreteras atestadas de un tráfico arriesgado e infernal. Los tiempos en los que se hacía el silencio cuando entrabas en una taberna y la tensión se podía masticar bajo un cielo plomizo y un sucio chirimiri.


El tiempo no ha pasado en balde por Bilbao, como en el resto del país. Las obsoletas y desgarradoras estructuras industriales se han transformado en modernos complejos arquitectónicos, que me recuerdan barcos fantásticos varados a lo largo de la ría, desde el Mercado de la Ribera al Palacio Euskalduna, bajo la atenta vigilancia de la torre elegante y cristalina de Iberdrola. Es nuestra última mañana de viaje y hemos salido a dar un paseo por los jardines Abandoibarra antes de iniciar el regreso. Busqué un lugar encima del puente dedicado a Pedro Arrupe, frente a la espectacular silueta del buque insignia del Guggenheim, y me puse a dibujar. Una suave música de fondo llega hasta mis oídos desde el propio museo. El cielo está gris, pero hay síntomas de que mejorará a lo largo de la mañana. Bajo el puente pasa en estos momentos un pequeño barco con turistas.

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