El día amaneció gris después de una noche de lluvia, pero a última hora de la mañana pudimos retomar el plan previsto. Nos dirigimos a nuestro primer punto de parada dentro de la reserva natural de Urdaibai. Vamos a visitar el bosque animado de Oma, una obra al aire libre creada por el artista vasco Agustín Ibarrola a mediados de los ochenta. Debemos dejar el coche en el aparcamiento del merendero Lezika y hay que continuar a pie, unos cincuenta minutos a buen paso. El camino es empinado en muchos trechos, pero se agradece la sombra en una tarde soleada como la de hoy. Por fin llegamos al paraje animado, en el que podemos aflojar la marcha y disfrutar de hasta cuarenta y siete puntos de observación diferentes. Desde cada uno de ellos pueden contemplarse composiciones artísticas bien distintas en varios niveles de profundidad, ya sean coloridas e impactantes figuras geométricas, esbozos de enigmáticas siluetas humanas escapando entre los árboles, algunos animales, o múltiples ojos escrutadores y vigilantes.
Las pinturas han sido restauradas casi en su totalidad, y probablemente han recobrado al menos buena parte de su esplendor original. Arriba, a la izquierda, un par de árboles con estratos de color que representan una fractura en algunas capas iniciales (blanco y verde). Los estratos vuelven a coincidir hacia el centro, donde la tensión aumenta del amarillo al rojo, quizás de sangre. Al final, los estratos vuelven a ser similares, pero los árboles se van separando en su camino hacia el cielo. Arriba, a la derecha, los árboles nos observan con sus ojos vigilantes en todas direcciones, desde posiciones y escenarios bien distintos.
Nunca conocí a Ibarrola, pero supongo que es inevitable que nos haya dejado mensajes que fueron muy sensibles en la época en la que estuvo viviendo por estos lugares. Quizás hoy en día el autor no hubiese debido abandonar el País Vasco, pero ahí queda su mensaje en las cortezas de los árboles. ¿Hasta cuando?: hasta que la naturaleza y el gobierno vasco quieran... Regresamos a Lezika por el magnífico camino del valle, que atraviesa el diminuto lugar de Oma, donde en tiempos vivió Ibarrola. En nuestro caminar hemos dejado atrás un puñado de caseríos: cuidados, silenciosos y aislados. ¿Quienes serán sus dueños?...
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